Por uma mandinga

Por querer ver de perto como se faz uma madinga de amor, mudei meu nome e virei personagem das histórias que vim buscar em Bogotá. Marta Cansada, escrevi no livro de clientes do vidente e mandingueiro Salomon - por segurança, preferi não revelar minha identidade. O que você veio buscar?, perguntou-me a secretária dele, uma senhora macambúzia. Perdi um amor e vim recuperá-lo. Quanto custa?, perguntei. Dez mil pesos - ela disse (cerca de dez reais). Pouca coisa por um amor e uma boa história. Salomon não estava, tinha ido almoçar. A sala 301 do prédio 28 da avenida Jimenez era espaçosa, tinha um triângulo duplo, preto e vermelho, pintado numa das paredes e cheirava a incenso ruim. Um aroma de cagaço de infância, de quando eu visitava um centro de umbanda perto de casa no dia de Cosme e Damião. Ia pelos doces doados, mas o preço deles era assistir a um homem barbudo usar chupeta, gritar e revirar os olhos enquanto incorporava os espíritos infantes. Incenso. Paranóia de adulto. E se Salomon me trancar na sala? E se, de sacanagem, me cobrar mais? E se gritar? E se revirar os olhos? A secretária farejou meu incômodo. Se quiser, pode voltar mais tarde, seu nome está marcado, Marta. Marta era eu naquele lugar. E meu amor perdido, como se chamaria?Marcos, Marcos Campos. Inquieta, vasculhei a sala com os olhos até descobrir uma estátua vermelha e horrenda ao lado do sofá onde eu estava. O demônio? Incenso. Cagaço. Com licença! - levantei num susto. Acho que voltarei mais tarde. A secretária assentiu com a cabeça. Eu precisava sair dali e respirar a normalidade dos poderes da Terra, e não dos ocultos. À porta, perguntei o nome dela, certa de que ouviria uma voz e um nome beuzebústicos, tamanha era minha paranóia. Marina - ela respondeu, toda suave. Alívio. Saí do prédio, entrei na avenida à direita e nunca mais voltei. Garimpei uma história, mas faltou-me a mandinga de amor.

Por una mandinga

Por querer ver de cerca cómo se hace una mandinga de amor, cambie de nombre y me volví personaje de las historias que vine a buscar a Bogotá. Marta cansada, escribí en el libro de clientes del vidente y mandinguero Salomón - por seguridad, preferí no revelar mi identidad. ¿Que vino a buscar?, me preguntó su secretaria, una dama taciturna. Perdí un amor y vine a recuperarlo. ¿Cuánto cuesta?, le pregunté. Diez mil pesos - dijo ella (cerca de diez reales.). Poca cosa por un amor y una buena historia. Salomón no estaba, había ido a almorzar. La sala 301 del edificio 28 de la avenida Jiménez era espaciosa, tenía un triángulo doble, negro y rojo, pintado en una de las paredes y olía a incienso barato. Un aroma a cagazo de la infancia, de cuando yo visitaba un centro de umbanda cerca de casa en el día de Cosme y Damião. Era por los dulces regalados, pero el precio de ellos era ver a un hombre con barba usar chupete, gritar y al mismo tiempo revirar los ojos mientras  incorporaba  espíritus de infantes. Incienso. Paranoia de adulto. ¿Y si Salomón me tranca en la sala? ¿Y si, de pura maldad, me cobran más? ¿Y si grita? ¿Y si revira los ojos? La secretaria olfateo mi incomodidad. Si quiere, puede volver más tarde, su nombre está marcado, Marta. Marta era yo en aquel lugar. Y mi amor perdido, ¿cómo se llamaría? Marcos, Marcos Campos. Inquieta, examine la habitación con los ojos hasta descubrir una estatua roja y horrenda al lado del sofá donde yo me encontraba. ¿El demonio? Incienso. Cagazo. ¡Con permiso! - me levante asustada. Creo que volveré más tarde. La secretaria asintió con la cabeza. Yo precisaba salir de ahí y respirar la normalidad de los poderes de la Tierra, y no de los ocultos. En la puerta, pregunte el nombre de ella, segura de que oiría una voz y un nombre belzebuzianos, tal era mi paranoia. Marina - ella respondió, toda suave. Alivio. Salí del edificio, entré en la avenida a la derecha y nunca más volví. Conseguí una historia, pero  me falto la mandinga de amor.

Tradução: Carlos Paz