Jorge por La Mamita
Maciça, rosada e mãe de todos: Margoth, la mamita, apresenta o marido que quase vira lenda
Por uma sesta Jorge Galindo não vira lenda. Poucos sabiam onde era seu restaurante, indicado no guia Bogotá Bizarra como sendo na rua 55. Após quase uma dezena de consultas a transeuntes, El rincón de Jorge, o tal restaurante, apareceu numa esquina feia e suja da rua. Estava fechado na hora do almoço (sim, fechado). Mas o portão de grades do estabelecimento deixava entrever seu interior: setentistas mesas vermelhas, fotos de anônimos e pôsteres esmaecidos, estufas com vidros ensebados e o cheiro, ah, o cheiro: puro bodum de gordura de boteco, porco frito e conservas milenares esquecidas em prateleiras com crostas de pó. Jorge estava dormindo no andar de cima, mas desperta já estava Margoth, uma senhora maciça, um metro e meio e sorriso confortável: entra mi amor, entra, disse-me, abrindo o restaurante vinte minutos antes do horário por minha causa. Mamita (mãezinha), chamam-na todos, de amigos a clientes. Amável, ela destrinchou o cardápio: frango, peixe ou orelha de porco, meu amor? Peixe. E Jorge, onde está?, perguntei. Já vem, ela disse. Pendendo do teto, um pôster com Margoth toda mimosa ao lado de um senhor bigodudo. Veio o peixe + cerveja Águila. O prato se desfazia aos poucos, e Jorge, nunca. Mamita toca-me o ombro. Este é Jorge, meu marido. Reconheci o bigode, era o mesmo do pôster. Palavras rápidas. Jorge, el papi, me deixou à vontade. A sós, Mamita me diz que está casada há cinco anos com ele. Que casal jovem!, simpatiquei. Jovem? Somos mais velhos que um caralho!, e riu com o corpo todo.
Jorge por la Mamita
Por una siesta Jorge Galindo no se volvió leyenda. Pocos sabían donde era su restaurante, indicado en la guía Bogotá Bizarra cómo ubicado en la calle 55. Después de casi una decena de consultas a transeúntes, El rincón de Jorge, el tal restaurante, apareció en una esquina fea y sucia de la calle. Estaba cerrado en la hora del almuerzo (sí, cerrado). Pero el portón de rejas del establecimiento dejaba entrever su interior: setentonas mesas rojas, fotos de anónimos y pósteres arrugados, vitrinas con vidrios engrasados y el olor, ah, el olor: puro olor rancio de grasa de bodegón, cerdo frito y conservas milenarias olvidadas en repisas con crostas de polvo. Jorge estaba durmiendo en el piso de arriba, pero ya estaba despierta Margoth, una señora maciza de un metro y medio y de sonrisa confortable: entra mi amor, entra, me dijo, abriendo el restaurante veinte minutos antes del horario por mí causa. Mamita, la llaman todos, de amigos a clientes. Amable, ella examino el menú: ¿pollo, pez u oreja de cerdo, mi amor? Pez. ¿Y Jorge, donde está?, pregunté. Ya viene, dijo ella. Pendiendo del techo, un póster con Margoth toda mimosa al lado de un señor bigotudo. Vino el pez + cerveza Águila. El plato se estaba acabando, y Jorge, nunca. Mamita me toca el hombro. Este es Jorge, mi marido. Reconocí el bigote, era el mismo del póster. Palabras rápidas. Jorge, el papi, se fue pidiéndome que me sintiera a gusto. A solas, Mamita me dijo que está casada hacia cinco años con él. ¡Qué pareja joven!, intente ser simpática ¿Joven? ¡Somos más viejos que el carajo!, y rió con todo el cuerpo.
Tradução: Carlos Paz